Por qué la terapia Gestalt

Por qué la terapia Gestalt

Hoy en día contamos con multitud de métodos terapéuticos. El por qué, de entre todos ellos, elegí la orientación gestáltica en mi trabajo es bien simple: porque me la creo. Y este es el consejo que doy a estudiantes o psicólogos noveles cuando me preguntan qué método elegir. Aquel que te creas, les explico. Porque si crees en él, podras transmitirlo, porque si te identificas con ese modo de enterder a las personas y al mundo, desde ese lugar, podras ayudar a que otras personas encuentren la fuerza y el camino para su sanación. Por supuesto, la elección dependerá en parte de la personalidad de cada terapeuta, de que sintonice con aquel modelo de trabajo que debe “hacer suyo”.

Dentro de la corriente con la que se sienta más afín, cada profesional creará su propio estilo de ser terapeuta. Pero, permítanme hablarles de mi experiencia y de cómo llegué a creerme esta orientación. Mi primer contacto con la terapia gestáltica fue en Diciembre de 1993, a través de un curso titulado “del miedo al poder interno”, que impartía Vicente Cuevas. Preguntado por mis expectativas para aquel taller expresé la demanda de lograr un autoapoyo tal, que me permitiera no depender de las demás personas, ser totalmente autosuficiente. Después de escucharme, Vicente Cuevas, en lugar de presentarme una explicación racional y bien argumentada sobre el tema, pidió a todo el grupo que se diera la vuelta y me mostrara la espalda. El grupo siguió la consigna. Al verme en aquella situación, me di realmente cuenta que necesitaba a las demás personas para vivir y que tenía un concepto equivocado de lo que era el autoapoyo.

Lo vivido a lo largo de aquel curso fue tan significativo para mí, que tomé la determinación de volver a aquella escuela y aprender aquel método. Antes de ello pasaron varios años durante los que cursé mis estudios de tercer ciclo en la Universidad de Salamanca, dentro del programa “sexualidad, familia y pareja”.

Por cierto, somos seres sociales. Recordemos que, en su pirámide de necesidades, Maslow coloca la necesidad de pertenencia en tercer lugar, justo después de las necesidades fisiológicas como comer o beber, y de las necesidades de seguridad y protección. Nadie puede autoapoyarse tanto que no necesite a las demás personas. De la misma manera que un excesivo apoyo en las otras personas, nos lleva a la dependencia, un excesivo apoyo en un@ mism@, nos lleva al aislamiento, y no se crece en aislamiento. El apoyo es una necesidad fundamental, unas veces nos apoyamos más en nosotr@s mism@s y otras, por ejemplo en periodos de crisis, nos apoyamos más en el exterior. Ambas fuentes de apoyo son complementarias y no excluyentes. El autoapoyo tiene que ver con creer en las propias capacidades para solucionar las dificultades que nos plantea la vida, con dejarme sentir lo que siento, pensar lo que pienso, permitirme mi propio ritmo personal. Todo lo cual no excluye, para nada, tomar en consideración las opiniones de l@s demás, ni la ayuda que me pueda llegar desde fuera.

Pero, volvamos al tema central del artículo. Vicente Cuevas me huebiera podido ofrecer una explicación sensata y bien argumentada sobre el tema (de la cual disponía), pero ello no hubiera desembocado en una verdadera toma de conciencia o, en todo caso, hubiera resultado una enseñanza que, con el tiempo, probablemente hubiera olvidado. Sin embargo, proponiéndome aquella experiencia, de un modo vivencial y sentido con todo mi cuerpo (y no sólo con la razón) me dí cuenta de aspectos importantes para mí, que, como pueden comprobar, 18 años después, aún conservo. Esta es una de las características de la terapia gestáltica, prioriza “la búsqueda experimental de las soluciones” S. Ginger (2005), por encima de la búsqueda racional, más propia de terapias cognitivoconductuales, que much@s psicólog@s estudiamos en la universidad.

La concepción del ser humano que me ofrecía la universidad me quedaba corta. Siempre creí que las personas somos algo más que pensamientos y conductas. Fue una grata sorpresa encontrar esa mirada gestáltica, más global e integradora, para mí más real, que atiende y que tiene en cuenta las diferentes dimensiones de la persona: racional, emocional, corporal, social y espiritual. Uno de los principios clave y, para mí, muy liberador, fue el concepto de la integración de las polaridades. Voy a tratar de explicarlo. Verán, cuando nos describimos, la mayoría de nosotr@s solemos clasificarnos en categorías excluyentes, es decir, nos definimos como activ@s o como pasiv@s, como extravertid@s o como introvertid@s, como valientes o cobardes… De modo que cada uno de estos polos es incompatible con el otro (o eres una cosa o eres la otra, solemos pensar; no se puede ser valiente y cobarde a la vez, por ejemplo) y además, un polo es valorado como positivo y deseable, mientras que el otro es considerado como negativo (se cree que es mejor ser activ@ que pasiv@, mejor ser valiente que cobarde). Esto lleva a la persona a verse de forma unilateral, estereotipada y limitada.

Desde una orientación gestáltica, en cambio, entendemos que todo tiene dos polos. Y que ambos polos son dos extremos de la misma cosa, es una cuestión de grados. Para explicar esto me gusta citar el ejemplo del día y la noche como dos polos, dos contrarios, que, en realidad, se complementan. Uno no se entiende sin el otro. Uno no puede existir sin el otro. Podemos decir que ambos extremos son lo mismo en distintos grados de manifestación. Un polo es la presencia, mientras que el otro la ausencia de luz. Así ocurre con las características de personalidad. Un autoconcepto saludable es aquel que integra las polaridades, es decir, aquel que incluye ambos polos de cada polaridad. Es decir, saber que puedo en ocasiones ser activ@ y en otras pasiv@, en determinadas circunstancias puedo ser valiente, y en otras situaciones me siento más cobarde… en mayor o menor grado, soy todo. Esto lo sentí y lo sigo sintiendo como liberador.

Otra interesante aportación que encontré en la Gestalt fue la explicación de cómo las personas llegamos a resolver nuestras necesidades. Me gusta el modo en que lo plantea Michel Katzeff, que propone un ciclo de satisfacción de las necesidades de siete fases. Serían estas:

    • 1. Sensación. En esta primera etapa, percibimos determinadas sensaciones,
      pero no podemos nombrarlas, todavía no sabemos qué es lo que nos
      ocurre. Es en esta etapa del ciclo cuando muchas personas acuden a
      terapia.
    • 2. Conciencia. La persona reconoce con nitidez aquello que necesita. Puede
      ser algo sencillo, como por ejemplo, me doy cuenta que tengo sed. Pero,
      en ocasiones no tenemos una visión clara de aquello que nos ocurre y gran
      parte del trabajo, durante las sesiones de terapia, consistirá precisamente
      en ayudar a tomar conciencia de la propia necesidad.
    • 3. Energetización. Una buena toma de conciencia, moviliza nuestra energía.
    • 4. Acción. A continuación, con esa energía disponible, emprendo una acción
      clara dirigida a resolver la necesidad. Siguiendo nuestro ejemplo, me dirijo
      al frigorífico, donde sé que hay bebida.
    • 5. Contacto. En este momento estoy en contacto con lo que necesito: estoy
      bebiendo.

6. Satisfacción. Mi necesidad ha sido satisfecha. Lo disfruto. Sé que no
necesito beber más. Tengo suficiente.

  • 7. Retirada. Estoy disponible para un nuevo ciclo, una nueva necesidad que
    pueda surgir.

 

Lo interesante es que la Gestalt nos explica también cómo las personas podemos interrumpir este ciclo, lo que nos lleva a no satisfacer las propias necesidades. Dotado de este instrumento, el trabajo del terapeuta, consistirá en realizar un buen diagnóstico, un buen encuadre, detectar las interrupciones y ayudar a la persona a tomar conciencia de ellas y de cómo puede concluir o cerrar sus ciclos pendientes.

Finalmente, especialmente atractivo me resultó el respeto al ritmo y al estilo personal. Como escribe Serge Ginger (2005) “la Gestalt subraya el derecho a la diferencia y valora la especificidad de cada cual”. Lo cual significa que ni todas las personas tenemos las mismas necesidades, ni la misma forma de solucionarlas. Como psicólogo no tengo la solución para todo (es más, no creo que nadie la tenga). Pero, tomando el método gestáltico, dispongo de una manera de estar, de una manera de mirar (a la persona que tengo enfrente y al mundo que nos rodea), que me ayuda a poder entender aquello que, dentro del particular contexto de cada cuál, le puede ser terapéutico o saludable. Es, con la seguridad de contar con esta visión, de contar con esta herramienta, por la que, en una primera sesión de psicoterapia, puedo sentarme frente a la persona y preguntarle, qué le trate por aquí, en qué cree que le puedo ayudar. Ahora bien, todo ello no puede servir de excusa para quedarse ahí. La formación y la revisión del terapeuta debe ser continua, porque, como bien dicen los Polster, “el terapeuta es su propio instrumento de trabajo”, Erving y Miriam Polster (2001).

Un abrazo!